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miércoles, 20 de octubre de 2010

NUESTRO OTRO CINE: FRESH

Tal vez sea un clásico como “Matar a un ruiseñor” la película más representativa y conocida de una de las temáticas abordadas de forma reiterativa por el cine: el paso (o enfrentamiento) de la niñez y la adolescencia hacia el mundo adulto. Este paso a la madurez (realidad) de la niñez (fantasía e inocencia) ha sido retratado por películas de diferentes épocas y de diferentes formas de acuerdo al momento social, cultural o generacional en la que fueron rodadas. Aunque en la actualidad se debaten diversas teorías sobre la muerte de la infancia debido a que las nuevas tecnologías han abierto al niño los misterios del mundo adulto, unos misterios que anteriormente iba descubriendo poco a poco, el cine, aunque de forma muy esporádica se ha acercado al mundo de la niñez ya sea de forma más dramática como en la italiana “Líbero” y en “El laberinto del fauno”, inmejorable ejemplo del enfrentamiento entre el mundo infantil y el mundo adulto, o en forma de comedia como son las producciones de Judd Apatow, “Lío embarazoso” y “Supersalidos” éstas más centradas en el paso del adolescente a la madurez. 


Si entendemos que el mundo de la niñez se encuentra subordinado a la aparición del mundo adulto, al niño y al adolescente se les puede entender como víctimas del tiempo que les ha tocado vivir. La sociedad evoluciona y poco pueden parecerse las transiciones a la madurez entre un niño de hace cincuenta años y un niño del siglo XXI y el cine, como fiel espejo de nuestra sociedad en continua evolución, ha dejado claros ejemplos. Poco pueden tener que ver, si exceptuamos el fondo del que estamos hablando, películas como “El despertar” del año 1946, con su mirada inocente, en comparación con la independiente “Ghost world” y su mirada desencantada de una adolescencia que no tiene futuro. 


“Fresh”, esperanzador debut de Boaz Yakin que desgraciadamente no ha tenido continuidad (su último trabajo como director lleva el clarificador título de “Niñera a la fuerza” y consta como productor ejecutivo de las dos partes de “Hostel” de Eli Roth), bien puede enmarcarse en esta temática pero, a diferencia de otras películas, la tergiversación de roles y la mezcla de géneros con los que juega el director (algo también visto en la mas reciente “Brick” donde se traslada el género de cine negro al ambiente de los teenagers o estudiantes universitarios) otorgan a “Fresh” una dimensión diferente. Con doce años y convertido en mensajero de traficantes de droga, Fresh, el protagonista de esta historia, es un chaval que tiene ya olvidada su infancia. “Fresh” es un producto de la sociedad sin futuro en la que le ha tocado vivir. Vivir en un barrio donde mandan los traficantes de crack, vivir hacinado en casa de su tía junto a todos sus primos, vivir sabiendo que su hermana es una prostituta y drogadicta y vivir sin la tutela de una madre ausente y con la prohibición de verse con su padre. Marcado por estos acontecimientos, a “Fresh” no le ha quedado otra solución para sobrevivir que convertirse en adulto, aunque el director también denota ciertos resquicios donde se puede ver la niñez dormida en Fresh, una humanidad infantil que se nos descubre en el cariño hacia su hermana o en la preocupación hacia el perro de su amigo. 


Así lo presenta Boaz Yakin en el cambio de rol que se ha citado antes respecto a otras películas que tratan este mismo tema (incluso la atracción que siente por una compañera de colegio tiene una mayor profundidad con respecto a su edad, contrapuesta con la visión de sus amigos que siguen, estos sí, descubriendo el mundo adulto desde su perspectiva de niños). “Fresh” no es un niño que va descubriendo el mundo de los adultos; “Fresh” vive como adulto, en un mundo de adultos donde el niño no siente curiosidad o fascinación (como suele suceder en este tipo de películas) por descubrir que hay al otro lado (porque no hay nada que merezca la pena), sin saber que es un niño o que debería ser un niño que ha sido devorado por sus circunstancias. Vale como ejemplo la escena en la que vemos a Fresh vendiendo drogas con increíble frialdad y firmeza ante el variopinto zoo humano de una clientela que busca sus dosis como sea y que busca engañar a lo que creen que es el niño que tiene ante él. 


Sin embargo, luego descubriremos que su lógica es una lógica de supervivencia aprendida a través del juego del ajedrez. Aunque tiene prohibido ver a su padre (un Samuel L. Jackson que ese mismo año salta a la fama gracias a su papel en “Pulp Fiction” de Quentin Tarantino), queda con él a escondidas en un parque. El tablero de ajedrez, que sirve al padre (y al director) para dar lecciones sobre el sentido de sus vidas, es un reflejo del tablero de la vida de Fresh, que juega endemoniadamente bien en partidas contra el reloj (Fresh vive su vida a velocidad de vértigo) pero no es capaz de vencer a su padre (un hombre que vive retirado en una caravana y cuya única pasión/obsesión es el ajedrez) en una partida normal donde deben pensarse los movimientos que en más de una ocasión tienen que ser corregidos por su progenitor convirtiéndolos en un método de aprendizaje para trasladar a la vida real. 


Ya hemos comentado que Boaz Yakin juega (o mezcla) en “Fresh” con los géneros cinematográficos. Si la primera parte se enmarca claramente en el llamado cine social exponiendo las duras condiciones sociales de los barrios bajos de una gran ciudad en un reverso oscuro del sueño de vida americano extrapolables a cualquier gran ciudad del mundo, la película deriva en su segundo tramo hacia el thriller con una historia de venganza que nacerá (no puede ser de otra manera) de un acto violento que afectará los cimientos de la personalidad ideada por Fresh. Nuestro protagonista ha podido sufrir muchas pérdidas a lo largo de su corta vida pero nunca se había encontrado con la muerte. 


Junto a la historia de la venganza, descubrimos entonces que la presentación de los personajes ha tenido una razón de ser diferente a la que hasta ese momento nos ha hecho creer el director. Si en la primera parte nos aparecen como víctimas de una situación social inaguantable, en la segunda el director se quita la máscara y nos devuelve a los personajes convertidos en simples piezas de un tablero de ajedrez cuyos límites son los límites de su barrio, manejados por un Fresh que se ha convertido en Dios y que no dudará en sacrificar peones hasta conseguir golpear al rey (el objetivo final de su venganza) con su jaque mate, poniendo en práctica, por primera vez pero de forma equivocada, todas las enseñanzas de su padre, en un nuevo ejemplo clarificador de la inmadurez de Fresh. Por primera vez Fresh piensa en una partida de ajedrez, por primera vez adapta lo aprendido a la vida real, pero su fin, el mecanismo que pone en funcionamiento todo lo aprendido hasta ahora es el resultado final de una vida inmersa en la pobreza, la delincuencia y la droga donde la violencia es la única regla suprema para poder sobrevivir. 


Y comenzará su particular descenso a los infiernos hasta que descubra, y a nosotros también, sólo en un último instante con un Fresh con lágrimas en los ojos frente a su padre, que no es un adulto, que siempre ha sido un niño, aunque ya con la inocencia perdida para siempre, dando fin a una película átona, realista, sin efectismos ni sentimentalismos…de un cine independiente de corte directo, sin parafernalias estéticas, que se hunde en nuestra memoria. Algo que hoy en día escasea. 


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