jueves, 3 de noviembre de 2011
CRÍTICA: UN GATO EN PARÍS
Puede que no sea una gran película pero lo que sí puede decirse de "Un gato en París" es que es honesta. Honesta en sus planteamientos y en sus resultados. En sus planteamientos porque sus autores, los franceses Jean-Loup Felicioli, y Alain Gagnol, han creado "su" película más allá de modas y en sus resultados porque consigue dejar un buen sabor de boca en el espectador.
Los dos creadores son conscientes que es imposible competir con el sistema de animación en 3D tan en boga dentro del circuito cinematográfico y se lanzan a lo que mejor saben hacer. Y su gran éxito (y también su gran dificultad) es el haber conseguido aunar en el film una mezcolanza entre gustos adultos e infantiles en un difícil equilibrio en aras de agradar tanto a niños como a mayores. Así, la historia de Dino, un gato parisino que tiene una doble vida, nos permite conocer una serie de situaciones entre varios personajes, situaciones por un lado familiares y por otro policíacas que iran entrelazándose (gracias a Dino) a medida que avanza el metraje
Dino, el gato del título de la película, vive de día al calor de una niña que, debido al shock emocional que sufrió al saber de la muerte de su padre, ha dejado de hablar, una situación de tintes "spielbergianos" (la falta del padre o de la madre era un tema recurrente en las películas del antaño rey Midas de Hollywood y que tan bien ha sabido homenajear J.J. Abrams en su excelsa "Super 8"). Su padre era comisario y fue asesinado por un mafioso que se convierte en el malo de la película y que está siendo perseguido por la madre de la niña, que también trabaja en la comisaría de policía supliendo el lugar que tenía su marido. Por la noche Dino cambia de hogar y comparte aventuras nocturnas con un ladrón de guante blanco pero de buen corazón.
El guión de la película no es simple pero sí sencillo, al fin y al cabo una película de animación siempre tiene como público potencial a la chiquillería. Pero esa misma historia no deja de lado algunas escenas más oscuras o más adultas que ponen en duda si realmente es una película infantil. Duda que se disipa al comprobar el aspecto visual de la película ya que su animación dista mucho de querer parecerse al canon disneyniano (incluso en la falta de antropomorfismo del propio Dino, un gato tal cual que hará las delicias de todos aquellos que tengan un cierto conocimiento del mundo felino).
Podríamos decir que el dibujo se acerca muy mucho en general a los universos pictóricos de aquellos pintores de principios del siglo pasado que hacían su vida bohemia en París y más concretamente a la creatividad del malagueño universal, Pablo Picasso (hasta el ladrón de guante blanco guarda un cierto parecido con algunos de los autorretratos del pintor).
Dibujos irregulares, sin perspectivas, de vivos colores y donde la geometría tiene un papel importante precisamente por su ausencia. Todo ello junto a una historia que cada vez se va acercando más al género del thriller, indican que "Un gato en París" se decanta más hacia el público adulto que hacia los niños, aunque eso no evita que los peques puedan disfrutar viéndola.
Al fin y al cabo "Un gato en París", aunque su guión avanza a trompicones porque le falta estar bien hilvanado, es lo suficientemente divertida (incluso tiene rasgos de un cierto humor negro en las escenas del perro ladrador que siempre acaba estampado en la pared del zapatillazo que le lanza su dueño), vistosa, colorista y emocionante (sobre todo en su tramo final) para pasar un merecido buen rato ante una propuesta animada que, en resumidas cuentas, puede calificarse de peculiar y lo bastante original para que se quede en nuestra memoria.
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