Puede que una película nos guste tanto que no nos de pereza revisionarla cada cierto tiempo. Hay otras que disfrutamos por una sola vez. Otras que necesitan de una segunda visión para su comprensión y algunas otras que más vale no hubiéramos visto. Y luego están aquellas que a pesar de su calidad son tan dolorosas, extrañas o difíciles de digerir que no quedan ganas de volverlas a ver. Este es el caso de la película "El consejero".
Porque, para bien y para mal, "El consejero" es una película de autor, en concreto de su guionista. Por encima de su director, Ridley Scott, y de un reparto de bambalinas (Michael Fassbender, Javier Bardem, Penélope Cruz, Cameron Díaz, Brad Pitt y Bruno Ganz), la película es un producto totalmente devorado por el guión de Cormac McCarthy, autor de "Meridiano de sangre", "No es país para viejos" o "La carretera" que con "El consejero" ofrece su primer guión cinematográfico. Y se convierte en el verdadero protagonista de toda esta producción.
Querer entender con ojos convencionales una película como "El Consejero" nos hará caer en la desesperación de una escritura fraccionada y sin elementos clarificadores que dificultan el progreso de la película hasta los límites de nuestra paciencia y que convierten su primera parte en una larga introducción sin mucha sustancia. Pero, ¿y si intentamos acercar la película hacia el mundo literario de Cormac McCarthy? ¿Y si encajamos su primer guión cinematográfico con las situaciones extremas y con sus ideas de tintes filosóficos de sus obras literarias?
Asimilar la escritura de Cormac McCarthy es, ya de por sí, bastante difícil. No es amigo de relatos lineales, ni siquiera incipientemente desarrollados.No le importa el hecho en sí, está mucho más interesado en las consecuencias. Consecuencias que traen el mal absoluto, tanto si su nombre es Anton Chigurh como Malkina. Y trasladado al cine, las necesidades de McCarthy convierten a su primera película en un relato inconexo, sin pautas ni continuidad, donde el espectador lucha -y sale perdiendo- por entender lo que se le ofrece.
No basta con el eficiente trabajo, una vez más, de Michael Fassbender, actor dotado como pocos, ni con la caracterización excesiva de Javier Bardem, ni con el esfuerzo interpretativo de una Cameron Díaz que se pelea continuamente con el papel clave de la película ni con la sosería de Penélope Cruz que ni se molesta en levantar el personaje más pobre en carácter de los cuatro. Los actores saben declamar sus diálogos de forma natural, unos diálogos a veces llenos de profundidad pero no siquiera ellos parecen saber hacia donde se dirige la película.Y Ridley Scott se convierte, aunque parezca mentira, en una mera herramienta del guión de McCarthy. Puede que fuera atraído por el nihilismo de la historia, tal vez más debido a la reciente muerte de su hermano Tony. Sea como fuere, la actitud que toma el director británico es la de subordinarse por completo al guión, dejando de lado su personalidad, personalidad que le ha servido para mantenerse, contra viento y marea, dentro del engranaje cinematográfico durante años y años. Puede que Ridley Scott supiera perfectamente lo que iba a filmar, puede que necesitara filmar una película como "El Consejero" pero no tuvo en cuenta que el lenguaje cinematográfico y el lenguaje literario son -o pueden ser- muy diferentes. ¿Hubiera sido mejor un cambio de guión? ¿Haber dado más fuerza Al thriller fronterizo que por momentos se deja ver en la película? Claro que si hubiera tomado estos derroteros, ¿no estaría adulterando la esencia de la escritura de McCarthy?
"El Consejero" queda pues como un experimento tan arriesgado como incomprendido, y también, porqué no decirlo, fallido. Y, aun así, no deja de ser un proyecto interesante, precisamente por ser arriesgado y porque se ha decidido conservar toda la personalidad y fuerza literaria de McCarthy, todo su mundo, una visión, como ya hemos citado anteriormente, profundamente nihilista, donde el ser humano no es absolutamente nadie a la hora de enfrentarse a la maldad que impera en la Tierra. Algo que queda muy claro en su tramo final con la conversación de Fassbender con Rubén Blades, excelsa, llena de literatura y filosofía y que es el punto clave de la película. Es el mensaje del autor, lo que realmente le importa de su primera incursión en el cine. Y eso termina por desembocar en una película desesperanzada (el destino de todos los personajes manejado, sin saberlo siquiera -hay algo intangible por encima del ser humano- por la maldad de Malkina o Cameron Díaz), dolorosa y existencialista. Y lo es tanto que quedan pocas ganas de revisionar el film aunque sólo sea para comprender mejor sus aciertos, que los hay, y sus errores, que también.
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