martes, 10 de abril de 2012
NUESTRO OTRO CINE: SIETE VÍRGENES
En
una visita promocional a Barcelona, la actriz francesa Arianne Ascaride, eterna
Jeanette de la película de Robert Guediguian “Marius y Jeanette”, comentaba,
ante las preguntas del entrevistador, la situación del cine europeo frente a la
maquinaria cinematográfica americana, indicando que Europa debe buscar la forma
de crear un cine atractivo para un determinado sector del público, muy amplio,
que se encuentra cansado de las películas de consumo rápido realizadas por la
industria hollywoodyense que no le aportan nada pero también alejado de ese
cine de autor que muchas veces suele ser ininteligible.
Viene
esto a cuento porque, según algunas voces, el cine español está sumido en una
crisis desde hace años. Y desde hace años el discurso no cambia convirtiéndose
en una continua queja que impide ir en busca de una solución. Es posible que
haya un cierto anquilosamiento de
ciertas fórmulas o un cierto agotamiento al comprobar que siempre son los
mismos tres o cuatro directores los que levantan el fervor popular y de la
crítica así como la estadística del porcentaje del cine español en la taquilla,
un porcentaje en el que ahora se incluyen películas “españolas” como parece ser
que lo son “El reino de los cielos” o “Sáhara” por el hecho de estar
mínimamente producidas con capital español.
Pero
la verdad es que es mucho más fácil el continuo lamento y echar las culpas a
factores externos que mirarse el propio ombligo. Los productores tienen un
miedo atroz al riesgo, a confiar en nuevos directores (que los hay) con nuevas
ideas y guiones bajo el brazo. Algunos no lo consiguen ni lo conseguirán nunca.
Sin embargo, otros comenzarán a tomar nombre. Ahí tenemos (por citar películas
de la misma época) a Eduard Cortés que
triunfó con “La vida de nadie” y que ha realizado “Otros días vendrán”, al
Antonio Hernández de “En la ciudad sin límites” y “Oculto”, a Santiago
Tabernero con “Vida y color”, a Daniel Cebrián con “Segundo asalto”, debut con
premio en el festival de Valladolid y las exitosas “Tapas” de Corbacho y Cruz y
la ópera prima de Alberto Rodríguez, “Siete vírgenes”.
Tal
y como predecía Arianne Ascaride, “Siete vírgenes” consigue ser una película
atractiva que ha sabido conectar con un sector del público. El cine español ha
creado un subgenero dedicado a jóvenes inadaptados socialmente que se
mantienen, por causas diversas, al margen de la ley establecida y cada
generación ha tenido su título correspondiente desde el éxito de la
sobrevalorada y hoy muy caduca saga que se inició con “Perros callejeros”. “7 vírgenes” puede
claramente entrar dentro de esta corriente pero debido a los tiempos que corren
(o eso quiero creer), el debutante Alberto Rodríguez peca de blandura,
quedándose en la superficie, sin atreverse a cortar a navaja a unos personajes
que se convierten en estereotipos, y que se ven dominados por una situación que
les aplasta y contra la que no llegan a rebelarse (en contraposición a la
característica principal en este tipo de películas, la rebeldía o rebelión
contra unas imposiciones sociales que les han llevado a la marginalidad).
Pero
“7 vírgenes” puede verse desde dos formas. Si como crónica de una (moderna)
marginalidad, no acaba de cuajar, la película funciona mejor si la tomamos como
un cuento de hadas con ribetes sombríos. Si en los cuentos infantiles los
pequeños protagonistas terminan enfrentándose contra un enemigo tangible (la
bruja, el lobo feroz), en “7 vírgenes” los protagonistas tienen como enemigo
algo inmaterial, algo tan ominoso y omnipresente que no se le puede vencer.
Sabedores inconscientes de esta realidad, los tres jóvenes protagonistas se
debaten, cada uno a su manera, contra una situación imposible de escapar. Y es
que, al contrario de los cuentos, en la realidad no existen hadas madrinas que
puedan ayudar con su varita mágica. Alberto Rodríguez, su director, rodea la
historia con un halo entrañable comenzando la película con una escena de
reminiscencias místicas o mágicas que fortalece la idea comentada del cuento
clásico en referencia a la forma abordar la película.
Sin
embargo “7 vírgenes” sería mucho menos sin los tres actores protagonistas, el
gran acierto de Alberto Rodríguez para este su debut. Un trío comandado por
Juan José Ballesta (“El bola”, “Planta 4ª) que mantiene su química animal con
la cámara y que le ha llevado a ser el más joven poseedor de un premio al mejor
actor en el Festival de Donosti, acompañado por la frescura y desparpajo del
debutante Jesús Carroza (Goya 2005al mejor actor revelación) y con Alba
Rodríguez como contrapunto sereno a sus dos compañeros de reparto.
Y
termino. No sin antes indicar (y a riesgo de que alguno me acuse de herejía
ante semejante comparación) que si gustan de juventudes desarraigadas al margen
de la ley y de la sociedad, la obra imprescindible no es otra que “Los
olvidados” de Luis Buñuel, recientemente nombrada como Patrimonio Cultural por la Unesco. Si después de
verla no se les ha removido la
conciencia es que no tienen alma.
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