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lunes, 5 de marzo de 2012

NUESTRO OTRO CINE: "REBOBINE, POR FAVOR"


Podemos partir de una idea, tan personal como rebatible, según la cual aseguraremos que la creatividad es esa canalización necesaria para traer a un lugar o momento concreto (nuestra realidad), una idea abstracta que ha surgido de nuestra imaginación. Basándonos en esta definición nos podemos acercar a la figura del autor francés Michael Gondry, un hombre con un mundo imaginativo desbordante y desbordado, tanto que, ¡ay!, es muy difícil encontrar una fuente creativa capaz de controlar y canalizar su continuo caudal de ideas.


Que Gondry se haya hecho famoso gracias al mundo del videoclip, delata que este director se defiende mucho mejor en este campo donde la importancia de los límites es mucho más difusa y discutible, y donde sus ideas, a las que podemos considerar tan surrealistas como infantiles (remarcando que entre surrealismo e infantilismo puede que no haya tantas diferencias), se pueden plasmar tal y como han sido imaginadas por él, sin ser necesaria esa “canalización creativa” que hemos definido más arriba, que cobra mayor necesidad en la realización cinematográfica y que tan bien ha sabido acometer y comprender su “alma gemela”, el guionista Charlie Kauffman, en un entendimiento que dio lugar (después del discreto resultado de “Human nature”, su primera colaboración juntos) a una soberbia historia de (des)amor donde se mezclan los mundos (y las obsesiones) de Gondry y Kauffman con un titulo en el  original "Eternal Sunshine of the spotless mind" muy preferible a la insulsa traducción en nuestro país: “Olvídate de mí”.


En sus dos siguientes y últimas películas hasta la fecha, el director francés decidió llevar a la pantalla sus propias historias y se ha podido observar que sin la ayuda de un guionista que aplaque los excesos de Gondry, sus películas han perdido control en su continuidad narrativa aunque, eso sí, se ha ganado en autenticidad ya que en ellas muestra evidentes signos de los fantasmas que le “torturan” (mostrando facetas de su propia personalidad) y juega, como el niño que quiere seguir siendo o que no quiere dejar de ser, con los sueños (y la imaginación) como única solución viable y visible frente a una realidad de la que prefiere huir (el caso de “La ciencia del sueño”) y también con la nostalgia, nostalgia de los tiempos pasados que para Gondry parecen que eran mejores. Y para su ejercicio de nostalgia, Gondry lleva a cabo su segunda película en solitario, enmarcada en el mundo del cine, o más bien en la forma (siempre muy subjetiva) de lo que él entiende como cine.


En “Rebobine, por favor” se nos descubre qué lejos y qué cerca a la vez quedan aquellos tiempos en los que nos acercábamos al video-club y al devolver nuestra película VHS, el dueño del local abría la caja para comprobar que la cinta estaba rebobinada. Todo esto, y ahora más con el Blue Ray (olvidemos ya el HD-DVD), ha pasado a la historia y ha sido olvidado por todos. O por casi todos. Porque Michael Gondry no lo ha hecho y ha decidido rendir homenaje a una época (tal vez su época, pero también la época de muchos que aprendimos a querer al cine por aquel entonces) donde el cine no estaba tan tecnificado.


La historia de un video-club dedicado, aún, a las viejas cintas de VHS que se resiste al paso del tiempo y a las nuevas tecnologías, sirve a Gondry para realizar ese cariñoso (a veces dulzón) recuerdo. Si Gondry no fuera Gondry, “Rebobine, por favor” podía haberse convertido en una sesuda (y seguramente más aburrida) película de cine y sobre cine. Pero Gondry es como es y ha buscado (aunque conseguido parcialmente) realizar una película de carácter más comercial que acercase su nombre a otro tipo de público. Y para ello apuntala su película en el divertimento (made in Gondry, eso sí) y en la nostalgia. Hay un claro homenaje al amante (enfermizo) al cine, muy cerca del “frikismo” al que todos hemos pertenecido alguna vez y el que lo niegue se está engañando a sí mismo. Muchas veces hemos jugado o imaginado ser Han Solo, Luke Skywalker, Indiana Jones o los cazafantasmas por no decir cualquier otro héroe de acción. Y cuantos hemos babeado y defendido a ultranza en plan quijotesco (por ese toque de locura) a Woody Allen o Stanley Kubrick o Godard o Kim Ki Duk como si de una religión se tratara. Ese es el primer mensaje dado por Gondry en su película: amor desaforado por el séptimo arte. Y, como no puede ser de otra forma, lo hace a su estilo y para ello inventa la “suecada”.


Con aires de comedia desmedida (que no desmadrada) Gondry coloca a Mike (Mos Def) y Jerry (Jack Black), uno dependiente temporal del video club (por ausencia del jefe) y otro el amigo descerebrado que trae las desgracias consigo en una situación tan crítica como esperpéntica. Jerry, el personaje de Jack Black trabaja junto a una central eléctrica y como está convencido que le está friendo el cerebro decide  sabotearla. Como es de suponer, el sabotaje no sale como lo tenía previsto, Jerry queda magnetizado y cuando llega a la mañana siguiente a visitar a su amigo en el video-club, su nuevo status borra todas las cintas. Los clientes comienzan a quejarse y ante el temor que el dueño descubra la catástrofe, Mike decide rehacer las películas con sus propios medios y la colaboración de Jerry. Versiones caseras, tan cutres como originales que recibirán el nombre de “suecadas”. Así, podremos disfrutar de versiones de películas como “Los cazafantasmas”, King Kong”, “Hora punta”, “2001, una odisea del espacio” (donde el monolito es una nevera) o “Paseando a miss Daisy”, entre otras. La realización de un sueño que muchos hubiéramos querido poder disfrutar. Gondry opina que sólo se necesitan  nuevas ideas para conseguir hacer renacer a un cine tan dañado y fatigado como el actual. Una fórmula de gran éxito que salvará al video-club de su situación de inminente cierre ante las presiones inmobiliarias. Un éxito que durará hasta que aparece Sigourney Weawer (en una actuación magistral) como defensora del los derechos de autor y busca la parte del pastel.


Una Sigourney Weawer (saga Alien) que junto a Mia Farrow (musa de Woody Allen) y Danny Glover (saga “Arma letal”), -tres actores de fuerte protagonismo, cada cual a su manera, en otros tiempos-, son utilizados por Gondry como paradigmas para su ejercicio de nostalgia. Porque la película que empieza con evidentes signos de comedia (donde Jack Black busca un excesivo protagonismo que no necesita la película, aunque hay que advertir que la escena donde aparece disfrazado de Robocop en el video-club y se pone a firmar autógrafos es de antología) deriva hacia una segunda parte donde se adopta un aire más  sentimental pero que da un acertado tono intimista y emotivo que bascula entre los sentimentalismos de películas tan diferentes como “Nuestros maravillosos aliados” y, porqué no decirlo, “Nuevo cinema Paradiso”.


Si se hubiera centrado en estos dos puntales, “Rebobine, por favor” hubiera sido una película más redonda, pero tanto su anterior película “La ciencia del sueño” como “Rebobine, por favor” (guiones excelsos en su planteamiento pero faltos de otra pluma que marque los límites) adolece de su excesivo número de ideas planteadas y, también, de sus propios grandes hallazgos visuales ya que, aunque funcionan de forma genial a nivel independiente, no repercute positivamente en el engranaje final de la película, señal inequívoca que a Gondry sus continuas y ocurrentes ideas hacen que sus películas se le escapen de las manos dejando en el espectador la extraña percepción de haber estado a punto de ver una obra maestra que, por desgracia, se ha ido deshilachando por el camino. 


La precariedad de otro tipo de cine ante el inmovilismo de las grandes productoras (que buscan derrumbar y a la vez aprovecharse del éxito de las “suecadas”, algo con lo que Francis Ford Coppola puede sentirse identificado), el actual estado cinematográfico cada vez con menos diversidad en las salas de cine (muchas películas esperan durante años a ser exhibidas en una sala de cine, a veces sin conseguirlo), el propio egocentrismo de los actores (Jack Black es un claro ejemplo tanto dentro de la película donde su personaje se convierta en una estrella de cine aunque sea a nivel de barrio, como en la vida real) o la existencia de remakes sin fuelle ninguno que campan a sus anchas por nuestras carteleras son ideas que el director va dejando a lo largo del metraje, fogonazos de genio cuya falta de posterior desarrollo hacen que la propuesta buscada por Gondry (el cine, su pasión y sus miserias) nos resulte inacabada, indeterminada, dolorosamente imperfecta.


De todas formas, eso no quita la originalidad y riesgo que llevan sus propuestas. Y aunque su final puede parecer excesivamente edulcorado, no podemos negar que hemos disfrutado mucho con los finales de estilo parecido en otras películas que nos han llegado a nuestro corazón. Un final que abre una puerta a la esperanza, aunque su último mensaje pueda parecer “facilón” en exceso (la unión hace la fuerza). Y “Rebobine, por favor”, con todas sus virtudes, que son muchas, y con todos sus defectos, que también son muchos, es una de esas películas que deja su pequeño poso en nuestro interior. Aunque sólo sea porque con la acumulación de ideas que Gondry despliega en su película, es muy difícil que con ninguna de ellas termine uno sintiéndose identificado. Como bien brinda la señora Falewicz, el personaje de Mia Farrow: “Por las películas con corazón”. Y “Rebobine, por favor” está en esta categoría.

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