El éxito de "Entre copas", un éxito que salto las barreras cinematográficas hasta el punto de potenciar el ahora conocido como turismo enológico y que llenó de gente "entendida" bodegas de cualquier punto del planeta y sobre todo en nuestro país donde, desde su estreno (y su éxito), aparecieron como setas montones y montones de personas que conocían de vinos como si de la alineación del Barça o del Real Madrid se tratase en un nuevo gesto snob de esos que muchos no podemos soportar (y más en nuestro país donde el vino peleón de bares bodega de barrio con cacahuetas con sal siguen siendo la estrella de muchas barras).
Tal vez por eso (o puede que no), Alexander Payne enmarca su película en la maravillosa Hawai y comienza "Los descendientes" con toda una declaración de principios. Hawai no es el paraíso soñado ni mucho menos. Son islas donde habita gente con los mismos problemas, los mismos sueños, las mismas esperanzas y el mismo día a día que muchos de nosotros. Porque eso es "Los descendientes". Un pedazo de vida de una familia cualquiera que tiene una vida tan cercana que parece imposible hacer una película con ella.
Los problemas familiares que salen a la superficie por efecto de un hecho o accidente aislado es un tema tan manido que puede parecer difícil que se pueda haer interesante durante dos horas. Y ahí está el equilibrio de Payne: no hay efectos dramáticos que den fuerza al guión, su idea va por el lado contrario creando una línea continua que marque todo el tono de la película. El secreto de "Los descendientes" está en su cercanía.
Payne adapta una estética feísta para un paraíso como podemos pensar que son las islas Hawai aunque eso no impida varias postales de cierta belleza (aunque, eso sí, muy alejadas de la postal turística que, por ejemplo, nos ha opfrecido Woody Allen en alguna de sus últimas películas como "Vicky Cristina Barcelona" o "Medianoche en París"), postales que no impiden mantener en primer plano el mensaje de la película. Y George Clooney se aparta de su imagen "cool" de la forma que muy pocos saben hacer, dándonos una nueva lección de actor de carácter, lleno de giros interpretativos y dotado de toda la humanidad (dramatismo y comicidad) que necesita su personaje.
Y su drama vivencial no es tan lejano como pudiera parecer. Poco a poco los personajes, las situaciones, se hacen con el espectador. Y finalmente, en el clímax de "Los descendientes", descubrimos que todos, todos, nos encontramos en la vida ante tesituras a las que debemos responder (de la manera que hayamos aprendido) para poder seguir viviendo. No, no iremos a Hawai a ver lo preciosas que son las islas. Pero sí que no sentaremos acurrucados en un sofá y probablemente nos descubramos a nosotros mismos.
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